martes, 21 de diciembre de 2010

cada rincón

Cada rincón de mi casa está constituido
por tres planos perpendiculares entre si.
Los ángulos que forman estos planos
son de noventa grados exactos.
Las paredes de mi casa son rectángulos perfectos
que delimitan cuartos y alcobas rectangulares
horadados por rectángulos huecos perfectos
con manillas y goznes por los que transito.
Las ventanas de mi casa son rectángulos
por los que entran rayos de sol,
el punto de fuga de tus sombras.
Hay un mar en el cuadro del pasillo
que termina en un horizonte acrílico.
Cada rincón de mi casa respira
el aire desmayado de tu piel.
En cada rincón de mi casa ha sucedido algo:
en este comprendí el código invisible de tus ojos,
en aquel se me quebró la voz,
en el de más allá hay un espejo
donde ví la calavera de mi padre.
Fuera de mi casa hay un mundo extenso,
con rincones obscenos y horizontes
a los que no sostengo la mirada.

jueves, 9 de diciembre de 2010

A y B (2)

A caminaba medio metro por delante de B por el pasillo del metro. A percibía el perfume de B. Un violín sonaba al fondo del pasillo. Los dedos del violinista recorrían el exiguo diapasón arrancando al instrumento notas de una inusual escala menor con las que el perfume de B armonizaba mágicamente. De repente A sufrió una extraña crisis debida a una variación en el nivel de ciertas hormonas. Se sintió mareada y solo alcanzó a sentarse en el suelo para evitar caerse tras dar un par de traspiés. B caminaba medio metro por detrás de B. Al ver lo que le había pasado a la mujer se agachó y le preguntó si se encontraba bien. A le miró aturdida y fue incapaz de contestar. Se echó una mano a la boca pero no pudo evitar el vómito que salió despedido con fuerza hacia él. Con la ayuda de otro transeunte y de una par de guardias de seguridad B la llevó a un dispensario que había en la estación de metro, cerca de las taquillas. Mientras una auxiliar atendía a A B se quitó la chaqueta y la limpió como pudo con papel. Unos minutos después A se encontró mejor y se acordó de aquel señor que olía tan bien al que había puesto la chaqueta perdida. Dió su número de teléfono al auxiliar y le pidió que se lo pasara al señor para poder quedar un día para llevar la chaqueta al tinte. B guardó el número de A en la memoria del móvil mientras ésta se abrochaba la blusa.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

A y B

A recibía a menudo la visita de su niñez. Se encontraba con los seres que poblaron aquel tiempo lejano y estos le contaban historias. A volvía a paladear los sabores y los olores de las atmósferas de las casas de techos altísimos y visillos blancos donde habían transcurrido aquellos días. Para A la realidad era el incómodo tedio que habitaba el territorio entre los recuerdos de su niñez.
B rara vez de refería a su infancia. Con los años aquella parcela de su pasado se iba difuminando hasta quedar reducida a un esqueleto de fechas y hechos puntuales con los que explicar ciertas cicatrices, estudios y viajes. Encadenaba los días con actitud indiferente. B no había perdido nada.
A se encontró con B. Al ponerse a su lado A percibió el perfume dulzón y denso de su padre y sus anchas manos volvieron a acariciarla. Ciertas hormonas hicieron el resto. B guardó el número de A en la memoria del móvil mientras ésta se abrochaba la blusa.